PALABRAS DE
LA PRESIDENTA
Cuando era niña viajaba a menudo por una carretera en coche,
con mi familia; pasábamos por un palacio. Solía ser de noche y en la oscuridad
apenas podía verlo; entre los árboles adivinaba sus formas y en mis sueños
imaginaba su esplendor.
Hace tres años, cuando vine a vivir a Boadilla del
Monte, me reencontré con él, majestuoso, mudo, solitario.
Mi interés por el pasado me llevó a averiguar sus
orígenes, sus habitantes, su historia...
Entonces encontré al Infante don Luis
de Borbón, creador del palacio, fui descubriendo su desgraciada vida y el
injusto trato que se le había dado, su amor por la belleza y el arte, la
importancia de sus colecciones, los magníficos retratos de Goya…
Llegué a la
conclusión de que tuvo que ser un gran hombre, lleno de sensibilidad y
emociones.
Empecé a investigar a fondo sobre el palacio, de un archivo
a otro, de biblioteca en biblioteca, a almacenar artículos y libros, aunque del
palacio hay una gran vacío documental y sus archivos se perdieron en la guerra
civil. Sí he encontrado mucha documentación sobre el Infante don Luis, que
vivió durante tres reinados, el de su padre Felipe V en su infancia, el de su
hermanastro Fernando VI y el de su hermano mayor Carlos III. Fue testigo de una
época próspera en las artes y de gran inquietud cultural, en un siglo que con
el tiempo fue conocido como el de las Luces y perteneció a ese grupo de hombres
intelectuales que dedicaron su vida al conocimiento y al estudio, llamados
Ilustrados. Fue un importante mecenas que contrataba y protegía no sólo a los
ya afamados artistas de su tiempo, sino también a los que empezaban
descubriendo en ellos grandes valores, como por ejemplo a Francisco de Goya al
que conoció en 1783 cuando todavía era casi un desconocido. El Infante quedó
cautivado por los retratos que hizo de él y su familia y se ocupó de
recomendarle a las personas más influyentes de la corte, incluida la familia
real; a partir de entonces Goya empezó su brillante carrera, retrató a los
Osuna, a los Alba, a la familia de Carlos IV y a otros muchos.
El Infante don Luis no tuvo una vida fácil. Dominado en su
infancia y juventud por la superprotección de su madre, anulado por la
personalidad y brillantez de sus hermanos mayores. Despreciado y alejado de la
corte por su hermano el rey Carlos III al que adoraba, don Luis fue un hombre
desdichado pero que supo llenar su vida de arte y belleza que, estoy segura, le
hicieron tocar la felicidad. Supo ser fiel a su conciencia y cuando tuvo que
tomar decisiones importantes, consiguió el arrojo suficiente para que nada ni
nadie le frenara en sus propósitos. Sus ansias de libertad y su honestidad le
llevaron a renunciar al Arzobispado de Toledo y Sevilla, que tanto había
costado conseguir para él. Y cuando quiso tomar esposa y formar una familia, no
paró en su empeño hasta conseguirlo.
Ni siquiera fue compensado con el amor de una mujer, que
durante tanto tiempo buscó y le fue negado, cuando al final se le permitió
contraer matrimonio, tuvo mala suerte y la esposa elegida, María Teresa
Vallabriga, se comportó con él groseramente. Ella, que soñaba con esplendores
de realeza, nunca le perdonó el aislamiento al que se vieron sometidos por
voluntad del rey, no comprendió la grandeza de sus sentimientos y el
sufrimiento de su alma; ella hizo de los últimos años de su vida un infierno,
sólo reconfortado por el nacimiento de sus hijos, de los que casi no pudo
disfrutar, y de la compañía de grandes artistas y amigos como Francisco de
Goya que con su arte y su amistad llenaron de felicidad al ya maltrecho Infante.
Por todo esto y por su gran aportación a las Artes, decidí
escribir un libro sobre el Infante don Luis (que será editado próximamente),
para en la medida de lo posible, devolver a su lugar a un personaje desconocido
para casi todos, ignorado por la mayoría de los historiadores e incluso
maltratado injustamente por alguno de ellos, relegado por su propia familia e
incomprendido por sus contemporáneos. Fue un comodín utilizado por todos a su
conveniencia y cuando quiso poner orden en su vida fue tratado durísimamente y
pagó un alto precio por ello.
El aspecto exterior del palacio del Infante don Luis me entristecía por su
lamentable estado, las fachadas desgarradas, los cristales rotos, los jardines
asilvestrados... Pero cuando tuve la ocasión de visitar su interior, comprobé
que no estaba tan dañado. Me cautivó su preciosa capilla, la amplísima cocina, sus
salones en los que me imaginaba los cuadros de Goya y de otros grandes pintores
colgando en sus paredes y la música de Boccherini inundando sus rincones.
Quedé
seducida para siempre por su encanto y me propuse hacer todo lo que estuviera en
mi mano por su recuperación.
Un compromiso con él y conmigo misma me llevaron a buscar
aliados y amigos que compartieran mi inquietud. Empecé a escribir cartas a
organismos, entidades y distintas personas buscando apoyos.
El efecto fue conmovedor, todas las personas a las que les
contaba la idea de crear una Asociación, inmediatamente se solidarizaban
con ella. En muy poco tiempo
la Asociación de Amigos del Palacio de Boadilla del Monte
vio la luz y empezó su andadura el 14 de febrero de 2002, festividad de San
Valentin.
Con la esperanza de que esta Asociación sea
para nosotros, los amigos, no sólo un gran reto sino, sobre todo, el
comienzo de una sincera amistad que dure para siempre, para que cuando seamos
viejecitos y paseemos por los jardines de un palacio maravilloso, y si alguien
nos pregunta, podamos decir somos amigos de toda la vida.
A todos los que han creído en mí y compartido mi pasión, mi
más sincero agradecimiento.
Paloma Olmedo del Rosal
PRESIDENTA DE LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL PALACIO DE BOADILLA DEL MONTE