El Infante don Luis y su esposa María Teresa de Vallabriga tuvieron cuatro hijos. El primogénito Luis María, otro varón que murió a los pocos meses de nacer y dos niñas: María Teresa y María Luisa. Todos los hijos fueron bautizados con el apellido materno, ya que su tío el rey Carlos III, como consecuencia del matrimonio morganático de sus padres, había impuesto como condición en una de las cláusulas matrimoniales que los hijos del Infante don Luis no podrían utilizar el apellido Borbón, como hemos visto anteriormente.
Los primeros años de su infancia transcurrieron en Arenas de San Pedro, en el magnífico palacio de la Mosquera, felices con su familia. La vida en Arenas debía de ser muy placentera para los niños, en un pueblo pequeño y rodeados de la sierra de Gredos. Montaban a caballo, salían a cazar o dar grandes caminatas con su padre. Visitaban los pueblos de los alrededores y también dedicaban tiempo al estudio. Sus padres se ocupaban personalmente de su educación. Rodeados de artistas y músicos que amenizaban las veladas, vivían en un entorno que les ofrecía una formación refinada y exquisita. En aquel tiempo pasó Goya dos veranos con la familia, contratado por el Infante para que los pintara a todos; de los niños quedan unos magníficos retratos.
Así pues sus primeros años transcurrieron felizmente, ajenos a los malos momentos que pasaban sus padres como consecuencia del destierro al que se vieron sometidos por Carlos III. Pero esta despreocupada vida iba a durar muy poco. En agosto de 1785 moría el Infante don Luis, dejando huérfanos a los niños que contaban ocho, cinco y dos años respectivamente. Sus vidas iban a cambiar drásticamente.
El rey Carlos III se hacía cargo de sus sobrinos. Por una parte su hermano, viéndose ya muy enfermo y preocupado por el incierto futuro de su familia al morir él, le escribía desde el lecho de muerte estas patéticas líneas:
"Hermano de mi alma me acaban de sacramentar, te pido por el lance en que estoy que cuides de mi mujer y de mis hijos y de mis pobres criados".
Pero para el rey, además de la obligación moral de complacer a su hermano, existían otros motivos de peso para controlar el porvenir de sus sobrinos; quería mantenerlos apartados de su madre, a la que despreciaba profundamente y no la creía capaz de dar una educación correcta a sus sobrinos, pero también por separarlos de la corte de Madrid, por lo que confió su cuidado y educación al Arzobispo de Toledo, D. Francisco Antonio de Lorenzana, que aceptó gustoso tan egregio encargo ya que además había sido íntimo amigo del Infante don Luis y le tenía en gran consideración.
Inmediatamente después de la muerte del Infante, el Arzobispo mandó a Arenas a su sobrino José Lorenzana para que recogiera a los tres niños y los llevara a Toledo. Sin embargo, en Arenas las cosas no fueron tan fáciles, pues la madre pretendía que el ayo de su hijo le acompañara en su nueva vida, pero esta petición se entendió como un intento de María Teresa de tener un espía que la informara de lo que pudiera acontecer alrededor de su hijo, por lo que José Lorenzana se negó y convenció a la madre de que el niño estaría perfectamente atendido. Días después informaba con gran sarcasmo a Floridablanca de los altercados sufridos; le decía que lo que pretendía María Teresa con ayuda del ayo Estanislao Lugo era "sacar un Luis XIV".
El monasterio de San Clemente había sido elegido por el Arzobispo para dejar a María Luisa y María Teresa al cuidado de las monjas y había informado a Floridablanca de sus razones: le había gustado por su arquitectura moderna de buen gusto, la iglesia era de bastante extensión, el coro magnífico y aunque las celdas son propias para religiosas, había alguna más decente con tribuna al altar mayor, que se podrían destinar a las niñas. Además el convento ocupaba bastante terreno y existía la posibilidad de edificar habitaciones nuevas más dignas para ellas. Así informaba al rey:
"He venido a elegir y escoger habitación para las hijas del señor Infante Don Luis, porque desde luego me ha parecido este monasterio el más apropiado, así por su hermosura y por lo saludable como por las señoras tan ilustres que ha tenido y por sus muchos privilegios".
También sugirió al rey que convendría llevar muebles de Arenas para amueblar las habitaciones de las niñas con cierto lujo y comodidades. El rey dio el visto bueno a la elección, pero no quiso preocuparse mucho por las celdas donde vivirían, ni quería gastar un real con ellas, alegando que para unas niñas, importaba más lo formal de la educación que lo material, en que bastaba lo decente y preciso. Aunque sí autorizó a que llevaran sus propios muebles.
Así el día 18 de septiembre de 1785, los tres pequeños salían de Arenas, dejando atrás su hogar y a su madre a la que no volverían a ver hasta siete años después, antes de su partida a Zaragoza. Una nueva vida empezaba para ellos.
Dos días más tarde quedaron las niñas en el monasterio de San Clemente de Toledo con la compañía de sus dos ayas. La Abadesa del convento dispuso una religiosa de acreditada conducta para que velara por la mejor asistencia de las señoritas, además del cuidado que ella personalmente tendría. Luis María quedaba en el palacio Arzobispal de Toledo, al cuidado del Arzobispo Lorenzana. El cambio debió ser muy drástico para los niños que, criados con mimo y lujo, pasaban a una vida aburrida y austera. Con su madre mantenían correspondencia y ésta con frecuencia les enviaba regalos, cestas de frutas y demás chucherías, pero el rey Carlos III implacable no permitía que se vieran.
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