Nacido Infante de España por la Gracia de Dios, Cardenal Diácono de la Santa Romana Iglesia del Título de Santa María de la Scala. Arzobispo Comendador y Dispensador en lo espiritual y temporal de la Iglesia de Toledo, Primada de las Españas y de la metropolitana de Sevilla, Canciller Mayor de Castilla, Arzobispo de Sevilla, XIII Conde de Chinchón. Caballero de la Orden de Santiago y Caballero de las Insignes Órdenes del Toisón de Oro, Sancti Spiritus y Real de San Genaro.
El gran protagonista de la historia del Palacio de Boadilla, Luis Antonio Jaime nació el 25 de julio de 1727 en el palacio del Buen Retiro de Madrid. Era el sexto hijo de los Reyes de España, Felipe V e Isabel de Farnesio, aunque para su padre era el décimo, pues había estado casado en primeras nupcias con María Luisa Gabriela de Saboya que le había dado cuatro hijos varones, de los que habían sobrevivido dos: Luis y Fernando. Luis había sido rey de España, tras la abdicación de Felipe V en una de sus depresiones, en el reinado más corto de la historia de la monarquía española, a los siete meses de ceñir la corona unas viruelas se lo llevaron a la tumba.
De nuevo Felipe V volvía a reinar, con gran esfuerzo y mucha desgana. Al morir su primera esposa, el rey contrajo matrimonio con Isabel de Farnesio, que cumplía perfectamente con su misión de dar hijos a la corona. Al nuevo hijo de los reyes le bautizaron con el nombre de Luis -en recuerdo de su hermano fallecido- Antonio Jaime.
Luis Antonio pasó sus primeros años al cuidado de las mujeres, conforme marcaban las reales costumbres. Al cumplir los siete años se le puso cuarto aparte y pasó a ser asistido por los hombres de su cámara, siendo su ayo Aníbal Scotti. Durante esos años aprendió geografía, historia, religión, música, dibujo, francés, italiano, castellano y todo cuanto debía de saber un Infante de la época. De carácter tímido e introvertido, no era brillante como sus dos hermanos mayores Carlos y Felipe, pero sí muy aficionado a la caza como ellos y muy interesado por todo lo que le rodeaba.
Isabel de Farnesio, mujer de gran ambición, había conseguido "situar" a sus hijos mayores, al príncipe Carlos como rey de Nápoles y Sicilia (después sería Carlos III de España, al morir sus dos hermanastros Luis y Fernando sin descendencia) y para el príncipe Felipe los ducados italianos de Parma y de Toscana. Sus tres hermanas casarían con reyes. Pero para Luis Antonio no quedaba trono libre. En 1734 murió el cardenal y arzobispo de Toledo Diego de Astorga y Céspedes y la reina vio claro el futuro el menor de sus varones: sería la máxima autoridad eclesiástica en España, ya que lo más parecido a una corona era una mitra, que además de gran poder ofrecía unas sustanciosas rentas para el interesado. Felipe V mostró al Papa su deseo de que el arzobispado pasara al Infante, que sólo tenía siete años. Clemente XII puso obstáculos, arguyendo la escasa edad del Infante, pero después de tensas y largas negociaciones se conseguía el objetivo. El 10 de noviembre de 1735 nombra a Luis Antonio administrador del Arzobispado de Toledo y poco después le concede el capelo cardenalicio como Cardenal-Diácono de la Santa Romana Iglesia de Santa María de la Scala.
Seis años después, en 1741 Luis Antonio es investido también Arzobispo de Sevilla. El estatus que alcanzaba Luis Antonio y sus cuantiosos beneficios económicos eran elevadísimos; su madre estaba muy satisfecha. Pero la vida del niño no había sufrido cambios con estos nombramientos, seguía residiendo en la corte mientras sus administradores se hacían cargo de las dos sedes arzobispales, hasta su mayoría de edad.
En 1746 muere el rey Felipe V y le sucede en el trono el segundo hijo de su primera esposa, Fernando VI. El Infante y sus hermanas son enviados junto a su madre al palacio de La Granja, en un retiro forzoso, pues ésta nunca había mostrado el más mínimo afecto por sus hijastros y ahora Fernando, ya rey, aprovechaba para deshacerse de ella alejándola de la corte. El Infante Luis había tenido una relación con su hermanastro si no estrecha por lo menos cordial y le visitaba con frecuencia en la corte de Madrid o en el Real Sitio en que estuviera la nueva familia real, Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza.
El Infante don Luis en 1754 toma una de las grandes decisiones de su vida. No sentía ninguna vocación por la vida religiosa, ni siquiera se había ordenado sacerdote y grandes dudas empiezan a atormentar su conciencia, pero al fin su honestidad pesa más que su ambición y decide renunciar a sus cargos. Se lo comunica al rey, que le contesta con comprensión y al Papa, que acepta su renuncia y le concede una pensión vitalicia anual sobre las rentas del Arzobispado de Toledo. La vida del Infante sigue como hasta entonces repartida entre La Granja y las visitas a su hermano.
En 1758 la reina Bárbara de Braganza muere tras una penosísima enfermedad, dejando al rey sumido en un profundo dolor y sin hijos que puedan sucederle en el trono. Fernando se retira al castillo de Villaviciosa de Odón y llama al Infante Luis para que le acompañe en su dolor. El rey comienza a dar síntomas de locura, al igual que su padre y los médicos se ven incapaces de curar sus males, que son más del espíritu que del cuerpo. El Infante permanece con él, pasando uno de los episodios más tristes y duros de su vida que le hacen también caer enfermo.
Un año sobrevive Fernando a su amada esposa; el 10 de agosto de 1759 muere, nombrando sucesor al trono a su hermano Carlos, que vivía en Nápoles siendo rey de las Dos Sicilias.
La alegría de la vieja reina Farnesio es indescriptible, pues de forma tan inesperada, ve sentarse en el trono de España a su primogénito Carlos, el más amado por ella. Aunque está casi ciega y con las facultades físicas muy mermadas, se traslada a Madrid para recibirle. Emotivos momentos debieron vivir la reina y Luis en el encuentro familiar con Carlos al que hacía veintisiete años que no veían y por fin conocer a sus hijos a los que sólo habían visto en retratos. Una vida nueva comienza para todos que permanecen juntos en la Palacio del Buen Retiro de Madrid.
Pero un problema rondaba por la cabeza del nuevo rey, Carlos III, un pequeño conflicto dinástico se le presentaba. Según la Ley de Sucesión dictada por su padre Felipe V, ningún hijo suyo tenía derecho a reinar por haber nacido y sido educados fuera de España. Aunque él obvió esta ley y nombró inmediatamente Príncipe de Asturias a su hijo Carlos, de once años de edad, sabía que el legítimo sucesor era su hermano el Infante don Luis, aunque éste no había dado ninguna muestra de pretensión al trono.
Los dos hermanos compartían cacerías y entretenimientos, les unía la gran afición al arte y al Infante don Luis le fascinaban las conversaciones que tenía con Carlos, en las que le contaba sus experiencias en Italia, cuna indiscutible del arte, los descubrimientos de Pompeya y Herculano, las ruinas romanas, las importantes construcciones que había hecho en Nápoles… Más aún cuando un año después de su llegada a España, su amada esposa la reina María Amalia, moría. El rey Carlos enamorado, siempre había sido fiel y lo seguiría siendo después de su muerte. Ya habían cumplido con creces la obligación de tener hijos, habían tenido once y no se sentía con ánimo de contraer matrimonio de nuevo. Pero la situación del Infante era distinta; había renunciado a sus cargos eclesiásticos y cumplido su papel de "acompañante" familiar siempre que se le había requerido, primero con su madre, luego con el rey Fernando y ahora con Carlos y ya tenía ganas de formar su propia familia, por lo que le pide permiso al rey para contraer matrimonio, pero para éste es un asunto espinoso del que no quiere ni oír hablar.Luis Antonio, mientras tanto, comienza a formar su propio patrimonio. En 1761 compra a su hermano Felipe el condado de Chinchón y el señorío de Boadilla en el que se construyó el palacio diseñado por Ventura Rodríguez. Comienza a reunir una importante pinacoteca y vastas colecciones de muebles, libros, relojes y varios objetos. En los siguientes quince años el palacio de Boadilla se convirtió en una pequeña corte ilustrada con la presencia de gran número de artistas, celebraciones y festejos. El Infante tuvo algunas aventuras amorosas que se convirtieron en escándalo para su casto hermano Carlos, que le recriminaba duramente sus relaciones con muchachas plebeyas como Mariquita García y Antonia Rodríguez. Luis aprovechaba los momentos de ira del rey para reivindicar, siempre lo mismo, su derecho al matrimonio, que acabaría además con este tipo de aventuras. Pero el rey implacable, no cedía.
Después de muchas presiones del Infante, Carlos III ya no tiene más argumentos que dar para negar su consentimiento a que se case, pero antes de darlo y para proteger los intereses de sus propios hijos, dictó unas disposiciones sobre matrimonios desiguales y su descendencia, recogidas en la Real Pragmática de 1776, aunque intentó que fuera de carácter general, lo que dejaba bien claro la difícil situación en la que se encontraría su hermano si contraía matrimonio. Lo primero que ordenaba era que ningún Infante podría contraer matrimonio sin permiso del rey o perdería los derechos sucesorios. Si el matrimonio fuera con persona desigual, ésta y sus descendientes quedarían privados de los títulos, honores y prerrogativas que le conceden las leyes de este reino. Tampoco podrán utilizar los apellidos y armas de la Casa de cuya sucesión queden privados.
Bien atados los cabos para que su hermano, de una manera o de otra, quedara apartado de la sucesión, le concede por fin el permiso para casarse, expresando claramente sus condiciones:
"No permitiendo las circunstancias actuales el proporcionar matrimonio al Infante don Luis mi hermano con persona igual a su alta esfera… Vengo a concederle permiso para que pueda contraer matrimonio de conciencia, esto es, con persona desigual, según él me lo ha pedido…".El Infante don Luis no discutió los términos de la pragmática, no puso objeciones para tomar por esposa a una mujer que no fuera de su rango. Ni siquiera se sintió humillado por las condiciones de su hermano. Él sólo quería casarse y formar una familia feliz, cuanto antes, pues ya tenía cuarenta y nueve años. La elegida fue María Teresa de Vallabriga y Rozas, una joven zaragozana, treinta y dos años más joven que él, guapa y sana que prometía darle hijos. Al rey le pareció bien la elección, pero aún le quedaban condiciones que poner: la boda se celebraría lejos de la corte y no asistiría ningún miembro de la familia real, el matrimonio viviría a veinte leguas de la corte, a la que don Luis podría acercarse cuando al rey le pareciera oportuno, pero la esposa no. El Infante sólo utilizaría el título de Conde de Chinchón y los hijos que tuviera el matrimonio no utilizarían el apellido Borbón, sino el materno.
El Infante pese a todo, y aunque resignado también estaba entusiasmado por su boda, regaló a su joven esposa muchas y valiosas joyas. Por fin, el 27 de junio de 1776 se celebraba la boda en Olías del Rey, en la capilla del castillo de la Duquesa de Fernandina. De allí se trasladaron a Velada (Toledo), donde los marqueses de Altamira les habían prestado su palacio hasta que encontraran residencia. Después irían a Cadalso de los Vidrios, donde vivieron en el palacio de Villena, en el que nació su primer hijo, Luis María, el 22 de mayo de 1777.
Un año después fijaron su residencia en Arenas de San Pedro, donde se construyeron el hermoso Palacio de la Mosquera y lo llenaron de obras de arte y valiosos objetos. Se rodearon de artistas, músicos y una numerosa servidumbre. El 26 de noviembre de 1780 nació su segunda hija María Teresa Josefa y tres años después la pequeña María Luisa Fernanda, ambas en Velada, pues la madre había dado a luz a su segundo hijo en Arenas y había muerto poco después, negándose a parir de nuevo allí. Todos los hijos fueron inscritos con el primer apellido de la madre Vallabriga y Borbón, como había ordenado el rey.
Don Luis acudía de vez en cuando a la corte, pero siempre iba sólo, ya que no podían ser recibidos ni su esposa ni sus hijos.
El Infante pasaba sus horas entre la caza y su gran dedicación a los libros, sus colecciones y aficiones artísticas y científicas, pues fue una de las personas reales más cultas e interesadas por las artes del siglo XVIII. En aquella época conoció al todavía poco afamado pintor Francisco de Goya, con el que entabló una buena relación amistosa, le invitó a pasar dos veranos en su palacio y le encargó numerosos cuadros de él y su familia. Luis Antonio quedó impresionado por los retratos y además de pagarle muy bien por su trabajo, se encargó de promocionarlo entre la aristocracia madrileña y los ilustrados de la época. Goya, agradecido, tuvo mucho cariño y reconocimiento al Infante y escribió a su amigo Zapater: "estos señores son unos ángeles". Unos años después conseguiría ser pintor del rey con un sueldo anual muy importante.
Si la vida del Infante en el terreno intelectual era muy gratificante, en el sentimental no lo fue tanto. Su esposa María Teresa, de carácter autoritario y descontenta de la vida retirada y los agravios de la corte, convirtió la vida matrimonial en una continua contrariedad. No estaba enamorada de su marido y se llegó a rumorear que mantenía relaciones con su secretario Francisco del Campo. Testigos presenciales denunciaban que la casa del Infante había caído en el mayor desorden, del que se culpaba a su esposa, tachándola de orgullosa y altanera.
En 1785 el Infante se desplazó a la Corte para asistir a las bodas de los Infantes Carlota Joaquina y Gabriel, con príncipes portugueses. Fue su último viaje. Al regresar cayó gravemente enfermo y nada parecía mejorar su lamentable estado de salud, ni los cuidados de sus médicos, ni las dietas alimenticias. Pidió al rey poder trasladarse a su palacio de Boadilla, alegando la bondad del clima, pero la verdadera razón era que, sintiéndose ya herido de muerte, quería volver a ver su palacio que con tanta ilusión había construido y en el que había sido tan feliz. El rey le concedió su deseo pero, como siempre sin dejar que le acompañara su familia, a lo que el Infante renunció porque no quería morir lejos de ellos.
El 5 de agosto recibe la Extremaunción y escribe estas patéticas letras al rey:
"Hermano de mi alma me acaban de sacramentar, te pido por el lance en que estoy que cuides de mi mujer y de mis Hijos y de mis pobres criados y adiós".
Dos días después, el 7 de agosto de 1785, a las seis menos cuarto de la mañana, entregaba su alma a Dios. Su hermano Carlos le contestaba, el mismo día de su muerte, con una cariñosa carta que ya don Luis no pudo leer y que quizá le hubiera tranquilizado:
" ... hermano de mi vida, de mi corazón; Bien sabes el amor que te tengo y así puedes imaginarte la aflicción que me causa el mal estado de tu salud... en cuanto a tus cosas yo pensaré y no estando para más acabo abrazándote mil millones de veces de todo mi corazón...".
Pero esta debilidad del rey no iba a durar mucho. No respetó el deseo de su hermano de ser enterrado en la capilla del palacio de Boadilla o Chinchón. Ordenó que se le diese sepultura en el Santuario de San Pedro de Alcántara, en Arenas de San Pedro. El rey decretó luto en la corte por tres meses, pero ni siquiera había ido a visitarle en su lecho de muerte ni asistió a su entierro, a pesar de que el cadáver del Infante estuvo cinco días de cuerpo presente, a la espera de las órdenes del rey.
De esta forma tan fría, Carlos III cerraba el capítulo de su vida que más problemas de conciencia le había causado. Por fin desaparecía el que había sido su hermano más amado y también inexplicablemente el más temido.
Años después, el 1 de junio de 1800, su sobrino Carlos IV, ya rey de España, firmó un decreto en el que daba las órdenes oportunas para que el cuerpo de Luis Antonio fuese trasladado al Panteón de Infantes del Monasterio del Escorial, donde le correspondía por derecho de nacimiento. Fue enterrado con todos los honores. Sobre su tumba, señalada con su nombre y el escudo Borbón, se lee este simple epitafio:
"LUDOVICUS, Philippi V Filius"
y en el frontal del sepulcro, ornado de guirnaldas:
"AEDIFICAVIT ALTARE DOMINO".
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Conde de Chinchón |
Marqués de Boadilla del Monte |
Duque de Alcudia y de Sueca |
Fernando de Cabrera y Bobadilla |
1520 |
I1 |
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Pedro de Cabrera y Bobadilla de la Cueva |
1521 |
II |
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Diego de Cabrera y Bobadilla |
1576 |
III |
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Luis Jerónimo de Cabrera y Bobadilla |
1608 |
IV |
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Francisco de Cabrera y Bobadilla |
1647 |
V |
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Inés de Castro Cabrera y E. de Ribera |
1665 |
VI |
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Francisca de Cárdenas Cabrera y Bobadilla |
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VII |
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Francisca de Castro Cabrera y Bobadilla |
1669 |
VIII |
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Julio de Sabelli y Peretti Bobadilla |
1695 |
IX |
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Juan Jorge Sforza-Cesarino |
1710 |
X |
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José Sforza-Cesarino y Conti |
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XI |
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Felipe de Borbón y Farnesio |
1738 |
XII2 |
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Luis Antonio de Borbón y Farnesio |
1761 |
XIII3 |
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Luis María de Borbón y Vallabriga |
1787 |
XIV |
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María Teresa de Borbón y Vallabriga |
1803 |
XV4 |
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Manuel Godoy y Alvarez de Faria |
1792 |
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I5 |
Carlota de Godoy y Borbón |
1828 |
XVI |
I6 |
II |
Adolfo Rúspoli y Godoy |
1886 |
XVII |
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III |
Luis Rúspoli y Godoy |
1886 |
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II |
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Camilo Rúspoli Landi |
1893 |
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III |
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Carlos Rúspoli y Alvarez de Toledo |
1914 |
XVIII |
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IV |
Paolo Rúspoli y Orlandini |
1944 |
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IV |
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Camilo Carlos Rúspoli y Caro |
1936 |
XIX |
V |
V |
Luis Adolfo Rúspoli y Morenés |
1971 |
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VI |
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Carlos Rúspoli y Morenés |
1975 |
XX |
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